Cuando hablamos de Juegos Olímpicos nos remontamos al año 776 AC, cuando en la ciudad griega de Olimpia se realizaron los primeros juegos en los que aún no existían las medallas de oro, sino que una simple corona de olivos era la máxima distinción. Once siglos después sería el emperador romano Teodisio I quien suprimiría esta práctica deportiva por considerarla un festejo pagano y solo en 1894 el barón Pierre de Coubertin llamará a universalizar el deporte bajo el lema: “citius, altius, fortius”, “más rápido, más alto, más fuerte”, concretando dos años después (1896) los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna en la ciudad de Atenas.
Desde aquella fecha y cada cuatro años es elegida una urbe con infraestructura adecuada y condiciones de seguridad para ser sede de esta tradición milenaria en la que se dan cita los mejores deportistas del mundo, en las más diversas disciplinas. Este año por primera vez una ciudad de América Latina fue el gran anfitrión de esta fiesta deportiva: Río, en Brasil.
Una inversión cercana a los 13 mil millones de dólares debió realizar el gobierno carioca, que no escatimó en esfuerzos por mejorar la infraestructura de la ciudad de Río de Janeiro, creando una nueva línea de metro de 20 kilómetros, 150 kilómetros de carriles exclusivos para autobuses, el saneamiento de gran parte de la ciudad, la descontaminación de la bahía de Guanabara, la eliminación de un gigantesco basurero y la creación del Puerto Maravilla, como se conoce el proyecto de revitalización portuaria.
Sin embargo, y pese al gran significado que tiene para la región del Sur de América contar con una sede de los Juegos Olímpicos 2016, las críticas no se hicieron esperar. En efecto, la propia OMS señaló la necesidad de -al menos- aplazar los juegos, haciendo alusión al riesgo que corrían los deportistas frente al virus del Zika. También alcanzaron revuelo las condiciones de las canchas y el mal estado de las aguas del canal donde se realizaron las competencias náuticas.
En contraposición a esta postura, para el Vicedecano de Educación y Director de la carrera de Pedagogía en Educación Física de la Universidad Autónoma de Chile en Talca, magister Alejandro Almonacid, las medallas obtenidas por Brasil, Colombia y Argentina, y el esfuerzo realizado por el país carioca constituyen un gran logro, digno de destacar.
“Me parece extraordinario que países en vías de desarrollo, con un ingreso per cápita muy por debajo de los países que tradicionalmente lideran estas competencias y cuyos ingresos les permiten capacitar e invertir en sus deportistas, logren igualar el nivel y superar el desempeño de aquellos seleccionados que cuentan con una gran cantidad de recursos invertidos en infraestructura y perfeccionamiento”, resaltó el académico.
“En este sentido -dijo- debemos sentirnos más que orgullosos del esfuerzo perpetrado por nuestro vecino, Brasil, que puso todos sus recursos y capital humano en la realización de los primeros Juegos Olímpicos llevados a cabo en el sur del mundo”.
La autoridad académica explicó que “los países que normalmente se destacan en estas actividades deportivas tienen resueltas sus necesidades básicas como salud y educación, mientras que los porcentajes de pobreza del cono sur llegan al 35% de la población, cifra que incluso puede ser mayor y donde los problemas estructurales son evidentes».
Añadió que “es lógico pensar que los gobiernos –no por falta de voluntad- den prioridad a la construcción de hospitales y escuelas versus gimnasios o centros deportivos. En este escenario, la tan sola participación de nuestros deportistas – en este encuentro de élite mundial- merece nuestro máximo reconocimiento”.
Generaciones de recambio y mayor soporte
En materia netamente deportiva, el rendimiento de nuestros atletas es un tema que no nos puede dejar indiferentes ante cualquier análisis. En 120 años de historia olímpica moderna, Chile ha obtenido 13 medallas (2 medallas oro, 7 medallas plata y 4 medallas bronce), la última fue conseguida por el tenista Fernando González, en Pekín 2008.
En ese sentido, Almonacid hizo un llamado a apoyar a los deportistas chilenos, quienes han hecho un trabajo meritorio, pero que sin duda requieren de mayor soporte, ya que “necesitamos políticas públicas que fomenten el deporte en términos generales y que guíen los pasos de los deportistas de élite”.
Aseguró que “es fundamental promover generaciones de recambio”, precisando que “para eso debemos transformar nuestra forma de ver y vivir aquellos deportes que no son tan populares como el fútbol y, sobre todo, necesitamos creer en nuestras capacidades deportivas”.