La obtención de los efectos esperados y el alejamiento de aquellos que no generan placer son los polos relacionados con el consumo de alcohol y otras sustancias. Mientras las consecuencias de la ingesta vayan de la mano de lo buscado y deseado, “el consumo va a tender ad infinitum en número e intensidad”.
Así lo asegura el académico Ricardo Silva, magíster en Drogodependencia por la Universidad Complutense de Madrid y docente de la Universidad Autónoma de Chile, para quien todo consumo de sustancias implica siempre una decisión en la que el individuo pondera sus efectos.
Datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que Chile lidera el consumo de alcohol puro en América latina, con un promedio de 9,6 litros per cápita (13,9 en hombres y 5,5 en mujeres) frente a un promedio mundial de 7,4. Le siguen Argentina (9,3) y Venezuela (8,9).
La sumisión y la negación de la autoconciencia -vinculadas al sistema económico- son, a su juicio, dos de las explicaciones más profundas de un fenómeno que golpea con más fuerza a nuestra región y podría llegar a ser catalogado como un grave problema de salud pública.
Silva explica que el problema no sería la sustancia o el alcohol, ni siquiera su consumo, sino más bien cómo se lleva a cabo y la libertad de conciencia respecto de las consecuencias de las decisiones que se adoptan.
El docente de las asignaturas de Psicología Social, Ética, Habilidades Profesionales e Integración, en la Universidad Autónoma de Chile en Santiago, sostiene que el consumidor no puede abstraerse de la idiosincrasia que lo define y dibuja la forma en que observa su realidad inmediata.
“La autoconciencia liberará el acto mismo del uso y del consumo, en tanto respuesta al mundo personal y de valoración de las consecuencias devenidas”, se explaya el especialista. Así, más allá del divertimento que podría generar, el consumo de depresores del sistema nervioso central inhibe la conciencia y la responsabilidad personal.
Por otra parte, la diferencia entre una región y otra puede explicarse -según Silva- fundamentalmente por cómo se integra la sustancia y su uso a la práctica y la identidad social en un sistema económico caracterizado por la inmediatez y un consumismo agresivo.
“Es la conciencia y la libertad personal la que caracteriza el acto mismo de consumir”, sostiene, subrayando que “la autoconciencia de la persona y de los pueblos, es decir, la conciencia de sí mismos, reflejado en las expresiones de dependencia, madurez y libertad, posibilitan diferenciar regiones entre sí en el uso y consumo de sustancias”.
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