Dr. Wilson Albornoz Fuentes

Académico Universidad Autónoma de Chile y asesor del Programa de Cultura Científica «¿Cómo Estás?».

Según la Organización Mundial de la Salud, el estrés laboral afecta a millones de personas en el mundo, siendo uno de los grandes males de nuestra era. Las largas jornadas, la presión por cumplir objetivos y la falta de apoyo emocional son solo algunos de los factores que contribuyen a un ambiente laboral tóxico.

En la misma línea, el burnout o agotamiento laboral se ha instalado como una importante problemática en Chile. La encuesta “Burnout 2023” de Laborum, mostró que el 51% de las personas trabajadoras en Chile sintió “falta de energía o cansancio extremo, negativismo o cinismo en relación con el trabajo» (39%) y «falta de eficacia para trabajar” (28%) durante el último año. Además, el 78% mencionó haber sentido “estrés”, mientras el 75% dijo haberse sentido “desmotivado”.

Todos estos datos nos invitan a preguntarnos ¿es suficiente lo que estamos haciendo como sociedad para cuidar la mente de las personas en sus lugares de trabajo? ¿qué tanto valoramos la salud mental en estos espacios productivos? A propósito del Día Mundial de la Seguridad y la Salud, que se conmemoró este 28 de abril, creo imperativo reflexionar sobre esta problemática.

En primer lugar, la educación sobre salud mental es clave. Más capacitaciones sobre el manejo del estrés, la importancia del descanso y el reconocimiento de signos de agotamiento mental deben ser parte de nuestro currículo laboral.

En segundo lugar, es crucial que los trabajadores se sientan seguros de expresar sus preocupaciones en sus trabajos. Una comunicación abierta y sin prejuicios sobre la salud mental puede hacer la diferencia entre sufrir en silencio y encontrar soluciones a tiempo.

Por último, y más allá de cumplir simplemente con las regulaciones, cada empleador y cada compañero de trabajo tiene un rol esencial que desempeñar en la creación de un ambiente laboral saludable. Desde practicar la empatía hasta la implementación de pausas activas y espacios de diálogo, cada acción suma significativamente.

La empatía, en particular, es una herramienta poderosa que transforma entornos laborales. Un líder empático no solo entiende las necesidades emocionales de sus empleados y colaboradores, sino que actúa en consecuencia, fomentando un clima de apoyo que alivia el estrés y promueve el bienestar. Además, las pausas activas —breves momentos de descanso físico y mental durante la jornada laboral— no solo reducen el estrés, sino que aumentan la productividad y la creatividad. Igualmente, los espacios de diálogo abierto donde los trabajadores puedan expresar sus preocupaciones y buscar apoyo sin temor al juicio o represalia son fundamentales. Estos pueden estructurarse como reuniones regulares donde se discuten abiertamente temas de salud mental, o como servicios de asesoramiento disponibles para el personal.

En última instancia, proteger la salud mental en el trabajo requiere de un compromiso continuo, no solo como un acto de cumplimiento, sino como una manifestación de la valoración de cada persona. Este enfoque no solo beneficia a los empleados, sino que también mejora la cultura corporativa y, por extensión, la productividad de la empresa.

La salud mental no debería ser un lujo, sino un derecho. Protegerla es una responsabilidad compartida y un signo de progreso y humanidad. Hagamos de la empatía y el cuidado mutuo no solo una norma legal, sino un hábito diario.

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