La enfermedad de Chagas, también conocida como tripanosomiasis americana, es una infección endémica en América Latina causada por el parásito Trypanosoma cruzi. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 7 millones de personas están infectadas y 100 millones corren riesgo de contraerla. Su carácter “silencioso” dificulta la detección temprana y, en etapas avanzadas, puede causar graves problemas cardíacos.
En este contexto, Patricia Toro, investigadora y docente de la Universidad Autónoma de Chile en Talca, recibió recientemente un Fondecyt de Iniciación 2025 para desarrollar compuestos organometálicos con potencial antiparasitario que podrían convertirse en nuevas terapias para la enfermedad de Chagas.
“Actualmente no hay fármacos ni cura que permitan sanar la enfermedad. Los dos que se utilizan actualmente son el timox y el 3 midazol, que son bien efectivos en la etapa inicial de la enfermedad, pero en la etapa posterior genera muchos efectos secundarios”, explica Toro.
Desafíos de una enfermedad desatendida
Además, la falta de inversión farmacéutica se relaciona con la afectación histórica de poblaciones rurales y de bajos recursos. “Desde el inicio de la enfermedad está vinculada o es endémica en personas de zonas rurales empobrecidas, entonces a la farmacéutica no le interesa generar fármacos para personas que probablemente no puedan pagar el tratamiento”, añade la investigadora.
Compuestos innovadores y multitarget
El proyecto de Toro se centra en combinaciones innovadoras de fragmentos metálicos, como ferroceno y ciretreno, con ligandos bioactivos. Estos compuestos ofrecen ventajas frente a los fármacos tradicionales: alta estabilidad, baja toxicidad, capacidad de interacción con múltiples objetivos celulares y menor riesgo de resistencia.
“El diseño multitarget permite que un mismo compuesto pueda interactuar con distintas target de biomoléculas, evitando los mecanismos de resistencia y aumentando la eficacia”, detalla la científica.
Colaboración nacional e internacional
La investigación combina esfuerzos nacionales e internacionales. En colaboración con el Dr. Rodrigo Arancibia, de la Universidad de Concepción, y con mediciones biológicas a cargo de Francisco Olmo desde Londres, el equipo busca evaluar compuestos que integren un armazón híbrido de benzimidazol, una funcionalidad N-acilhidrazona y un anillo nitroheterocíclico, potencializando la actividad antiparasitaria.
“Hay muy pocos grupos en el mundo que trabajan con renio. Entonces, considerando que Chile es productor mundial de ese metal es una buena idea poder utilizar este mineral. Los resultados iniciales son muy alentadores”, asegura Toro.
Transmisión y expansión en Chile
La enfermedad de Chagas se transmite principalmente por un vector, la vinchuca, aunque también puede contagiarse por alimentos contaminados, transfusiones de sangre, órganos o de madre a hijo. En Chile, los casos, tradicionalmente concentrados en el norte, han comenzado a expandirse hacia zonas más al sur, incluyendo áreas de Valparaíso y San Felipe, principalmente en regiones con clima húmedo y viviendas de adobe.
“Una forma de contagio sería a través del vector que es la vinchuca, que te chupa la sangre y defeca en el mismo lugar donde te hace la picadura. Una vez que, por ejemplo, uno rasca las heces del parásito, se inyectan al torrente sanguíneo”, explica la científica.
Hacia terapias seguras y accesibles
El proyecto Fondecyt de Iniciación de Patricia Toro busca abrir un camino hacia nuevas terapias efectivas y seguras, marcando un hito en la investigación nacional sobre enfermedades desatendidas y demostrando cómo la ciencia chilena puede generar soluciones con impacto global.
“Nuestro objetivo es desarrollar compuestos que puedan convertirse en terapias efectivas y accesibles para quienes más lo necesitan”, concluye Toro.