La Botrytis cinerea, conocida como moho o pudrición gris, es un hongo que afecta a más de 60 cultivos, entre ellos uvas, tomates, berries y cerezas. En Chile, país líder en exportación frutícola del hemisferio sur —con más de US$5.000 millones entre 2023 y 2024— esta enfermedad genera pérdidas importantes, particularmente en la industria vitivinícola, donde se estiman daños cercanos a los US$1.200 millones anuales.
“Con el cambio climático han aumentado la temperatura y la humedad, lo que facilita la reproducción de este hongo fitopatógeno”, explica el Dr. Héctor Carrasco Altamirano, académico de la Universidad Autónoma de Chile, quien lidera un nuevo proyecto Fondecyt Regular (N°1250690) que busca combatir esta amenaza mediante compuestos naturales solubles en agua, aumentando su efectividad y biodisponibilidad.
Solución sustentable
Financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) con un monto total de 240 millones de pesos por un periodo de cuatro años, la investigación busca desarrollar versiones sintéticas de compuestos naturales como fenilpropanoides y chalconas (presentes en plantas como el clavo de olor, el canelo y el palo negro, así como en frutas como manzanas, uvas y tomates). Estas moléculas serán modificadas en laboratorio y probadas contra cepas chilenas resistentes de Botrytis cinerea.
“Queremos encontrar sustancias que inhiban o destruyan el hongo. Utilizaremos reacciones comunes de química orgánica para obtener nuevos compuestos, que luego serán purificados, caracterizados y evaluados frente a la infección”, explica el doctor en Química.
Nanotecnología para aumentar efectividad
Uno de los desafíos es lograr que estos compuestos sean solubles en agua y no tóxicos. “Hoy, los fungicidas se disuelven en detergentes contaminantes, y el hongo ha generado resistencia. Encontrar nuevas moléculas es absolutamente necesario ”, indica el oriundo de San Ramón, de 57 años.
Como solución, el equipo propone encapsular los compuestos antifúngicos en polímeros (moléculas de gran tamaño), permitiendo su aplicación mediante aspersión y facilitando su absorción por las plantas. La meta es competir con productos tradicionales, pero con formulaciones más seguras para el ambiente y las personas.
Innovación colaborativa
El proyecto se desarrolla junto al Dr. Lautaro Taborga (UTFSM), Dr. Andrés Olea (U. Autónoma) y la Dra. Julia Rubio (Rubisco Biotechnology), quienes trabajan con micelas (moléculas que atraen agua y grasa) poliméricas y nanomateriales para mejorar la solubilidad y acción de los antifúngicos.
Además, se estudiará la fitotoxicidad (daño en plantas) y ecotoxicidad (impacto ambiental) de estas sustancias en cultivos como tomates y lechugas, observando efectos en el crecimiento, floración y coloración. En una fase final, los compuestos se aplicarán en condiciones reales para validar su efectividad y transferir la tecnología al sector agrícola.
“El financiamiento estatal es clave, porque permite generar conocimiento base que impulsa desarrollos aplicados. Sin ciencia básica, no hay innovación”, concluye Carrasco, actual coordinador académico del Doctorado en Ciencias Aplicadas y docente de Química y Farmacia en la U. Autónoma.