El Censo de 2017 entregó cifras que permiten tener una “fotografía” de las dinámicas de cambio y continuidad en los hogares chilenos. Si bien, esta encuesta pregunta por hogares y no por familias, que es un concepto distinto y supone relaciones de parentesco, los datos entregados dan luces para comprender algunos antecedentes clave sobre los cambios familiares en Chile.
Y en eso indagó la investigadora del Centro de Estudios y Gestión Social (CEGES) de la Universidad Autónoma de Chile, Verónica Gómez, con la finalidad de tener una visión más certera de cuánto han cambiados los hogares chilenos, y por consiguiente, también los maulinos en su conformación, abordando los diversos factores que han ido influyendo en este proceso.

Por ejemplo, en el Censo 2017 se señala que, si bien la cantidad de hogares aumentó, su tamaño promedio ha disminuido en las últimas décadas pasando de 4,4 personas por hogar en 1982 a 3,1 en 2017.

Pero también las cifras dan cuenta que han cambiado los arreglos familiares, ya que los hogares clasificados como “nucleares” -definidos por la presencia de al menos un progenitor e hijos/as- son todavía el tipo predominante en nuestro país con un 54,1% a nivel nacional y un 57,2% en la Región del Maule. Sin embargo, el porcentaje de hogares biparentales, es decir, donde están ambos padres presentes, ha disminuido en favor de los monoparentales, que pasaron de ser el 8,6% en la medición de 1992 a 12,7% en el último Censo, misma realidad constatada para los hogares unipersonales que pasaron de 8,5% a 17,8% en el mismo periodo. “Esto implica que hay un número mayor de personas viviendo solas, pero también que hay más hogares donde existe un solo progenitor -habitualmente, una mujer”, señala la investigadora.

De manera paralela, en el Censo se refleja que ha aumentado la proporción de hogares donde se declara jefe de hogar a una mujer, que pasó de 25% a 31,5% entre 1992 y 2002 y llegó a 41,6% en 2017. “Al desglosar por tipo de hogar, se observa que las mujeres jefas de hogar predominan sólo en los hogares monoparentales, de los cuales cerca del 85% tienen jefatura femenina. Esto sugiere que la monoparentalidad es una situación que viven mucho más las mujeres, pero hay que examinar los datos con cautela, ya que el concepto de jefe de hogar que usa nuestro Censo es autoasignación, es decir, son los propios entrevistados quienes deciden quién asumirá ese rol, por lo cual no puede suponerse que sea, efectivamente, la persona que tenga más autoridad o aporte más ingreso económico al grupo, y tampoco puede declararse jefatura compartida”, explica Gómez. Sin embargo, la investigadora agrega que en los hogares nucleares biparentales, más del 70% de la jefatura de hogar declarada son hombres, lo cual sí permite inferir que, cuando ambos padres están presentes en el hogar, lo más habitual es que se atribuya ese papel al hombre.

Más diversidad

De acuerdo con estos datos, la especialista indica que actualmente hay una mayor diversidad de tipos de hogares, aunque advierte que todavía están vigentes los mandatos culturales de acuerdo con los cuales la tarea de proporcionar cuidado es vista como fundamentalmente femenina, mientras que los hombres aportarían ingreso económico. “En caso de que los progenitores no vivan juntos, los hijos en general permanecen con la madre, quien se encargará del cuidado cotidiano, mientras que en los hogares biparentales se tiende a ver al padre como la figura de autoridad o principal proveedor económico. Otros datos corroboran esta idea, como, por ejemplo, la encuesta de Uso del Tiempo aplicada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en 2015 muestra que, en un día típico, las mujeres destinan en promedio 5,89 horas al trabajo no remunerado, casi el doble de las 2,74 horas que los hombres destinan para este mismo propósito.

Esa proporción se mantiene en los fines de semana, aunque el número de horas totales aumenta: los hombres destinan 3,50 horas en promedio y las mujeres 6,12 horas al trabajo no remunerado. Los datos muestran que, independientemente de que las personas se encuentren ocupadas o no (esto es, trabajando remuneradamente fuera del hogar), el trabajo doméstico y de cuidado tiende a quedar en manos femeninas. Los hombres, en tanto, privilegian el tiempo dedicado al trabajo remunerado o al estudio, antesala del mundo laboral”, subraya Gómez.

La investigadora asegura que esto no significa que en la realidad cotidiana de los hogares de Chile la provisión económica de éstos sea una cuestión sólo de hombres. Señala que otros datos, como los proporcionados por la Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF), también aplicada por el INE, se utiliza el concepto de sustentador principal para identificar al miembro del hogar que más aporta al presupuesto familiar, evaluando los últimos seis meses, lo que puede corresponder, o no, a quien recibe más ingresos o es designado como jefe o jefa de hogar. “Los datos de la EPF no son estrictamente comparables con los del Censo, dado que la primera levantó datos solo en las capitales regionales y sus principales zonas conurbadas, pero nos permiten ver que, en el total de capitales regionales encuestadas, en 2017 cerca de un 38% de los hogares tenía como sustentadora principal a una mujer”, explica.

Rol de la mujer

Gómez dice que estos números, aunque parciales, muestran que una proporción importante de hogares en Chile dependen del aporte económico de una mujer. “Es razonable suponer que esa proporción aumentará en el futuro, en la medida en que aumenten los logros educativos de los chilenos, medidos en años de educación formal completos. A medida que las personas aumentan sus niveles de educación, la tendencia es que se aspire a alcanzar un mayor bienestar económico, y eso supone trabajar fuera del hogar, generar un ingreso. Además, las investigaciones muestran que las nuevas generaciones son muy críticas de los arreglos familiares tradicionales, especialmente las mujeres, que aspiran a tener una familia donde los roles sean compartidos, a no depender económicamente de sus parejas”, señala la especialista.

Y ello, según la investigadora, supone cuestionar la díada tradicional hombres proveedores/mujeres cuidadoras, planteando importantes desafíos para la sociedad chilena, tales como equilibrar las responsabilidades familiares, tanto económicas como de cuidado, de hombres y mujeres. “También es necesario corregir los sesgos de un mercado de trabajo que todavía discrimina a las mujeres, particularmente cuando son madres. Ellas todavía ganan menos, en promedio, que los hombres por el mismo tipo de trabajo, diferencia que puede llegar a superar el 25% y que se incrementa en los niveles educacionales más altos. En la misma línea, las mujeres enfrentan más barreras para acceder a cargos de responsabilidad, porque se asume que invertirán la mayor parte de su esfuerzo y energía en la familia, no en construir una carrera. Una mayor carga de trabajo doméstico y de cuidado también tiene impactos directos en los tiempos que pueden dedicarse al trabajo remunerado o al ocio y descanso, lo que implica que las mujeres que tienen una ocupación remunerada y familia con frecuencia deben asumir una doble carga de trabajo”, indica.

En ese sentido, Gómez asegura que la existencia de políticas que aborden la conciliación trabajo-familia puede ayudar a evitar que esta desigualdad siga reproduciéndose, de manera que hombres y mujeres puedan contribuir al bienestar de sus hogares y a su propia realización personal con las mismas oportunidades. “Ello parece especialmente importante cuando las cifras muestran cambios tan importantes en los hogares chilenos como los que indican los datos censales. Nuestra sociedad requiere de políticas públicas y laborales que permitan que hombres y mujeres dispongan de los tiempos necesarios para cumplir sus responsabilidades familiares y laborales sin que el desarrollo en una de estas esferas tenga lugar a expensas de la otra. Cuando ello no ocurre, en la práctica muchas mujeres deben escoger entre tener hijos, por ejemplo, o independencia económica”, puntualiza la investigadora del CEGES, quien agrega, además, que ello coloca en una posición de especial fragilidad a las familias monoparentales, donde es usual que una sola persona deba cumplir ambas funciones -aportar cuidado e ingreso económico-, a menudo sin apoyos. “Si a esto se suman fenómenos tales como el envejecimiento demográfico, la entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo y la caída sostenida en la tasa de fertilidad, surgen numerosas interrogantes sobre la capacidad futura de la sociedad chilena para conciliar los ámbitos productivo (el trabajo remunerado) y reproductivo (las tareas domésticas y de cuidado) de una manera que promueva la equidad de género”, concluyó Gómez.

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